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El planteamiento no ha pretendido
ser meramente estético. Aparece el principio de la verticalidad
como símbolo de vida. Al menos en la especie humana, la verticalidad
refleja actividad y vida, ya que es necesario un esfuerzo para mantenerse
en pié. Cuando descansamos o morimos, se transforma la posición
en horizontal.
Paradójicamente, el fuego en la naturaleza es la anticipación,
la premonición de la destrucción, de la consumición
de la vida, de la muerte.
De alguna manera estamos viendo una estructura vertical siempre de forma
transitoria, como anticipación inexcusable hacia la horizontalidad,
hacia la estabilidad, hacia la muerte.
Nada puede permanecer vertical eternamente. Aunque los árboles
puedan vivir varios miles de años, al final mueren y caen. Las
montañas están imperceptiblemente en continua erosión,
buscando la estabilidad horizontal.
La fugacidad es otra de sus características. En un momento consume
el fuego lo que la naturaleza ha tardado tiempo en construir de forma
constante y lenta, ofreciendo en su destrucción un espectáculo
de luz y calor. Fugacidad que podemos aplicarla a otros campos: el confort,
el bienestar, la salud, la juventud, la belleza,….
En estas esculturas presentadas, la relación metafórica
utilizada constantemente con la figura femenina, es sobre todo visual,
estética y plástica. Pero también quiero ampliar
esa conexión con las características del fuego y las llamas
descritas.
En realidad, un teórico nos explicaría que el fuego es una
mera reacción fisico-química, propiedad de algunos materiales,
que sometiéndolos a la temperatura de ignición y con aportación
de oxígeno, son capaces de emitir gases que combustionan, produciéndose
así una reacción en cadena, y liberando con ello una cierta
cantidad de energía.
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Aquellas generaciones que consiguieron controlar el fuego, dieron un
gran salto para diferenciarse de los demás animales. Al lado de
las llamas estaban a salvo de sus enemigos naturales. Se podía
alargar la actividad diaria, puesto que iluminaba lo que estaba alrededor
de la hoguera. Produce calor, lo que es muy agradable al caer la noche.
Todo esto sin contar la preparación de alimentos, que al parecer
apareció mas tarde.
Todas estas características del nuevo hallazgo, influyeron sin
duda en el desarrollo de la socialización del hombre, reuniéndose
los grupos al oscurecer el día, alrededor de la hoguera, cansados
de la actividad diaria, sentados en el suelo mirando las llamas "encandilados".
Seguramente en esta situación cambiaba el liderazgo del grupo,
donde ya el más importante no era el más fuerte, sino el
que mejor contaba las cosas que habían sucedido durante el día,
el más inteligente.
Hasta podríamos pensar que la característica social de las
relaciones humanas fue adoptando metafóricamente las cualidades
del fuego: la atracción, el calor, el placer, la protección,…
y el peligro de forma inseparable.
Tienen las llamas algo de extraterrenal, de sobrehumano. No pesan nada,
al contrario suben hacia arriba desafiando la fuerza de la gravedad de
forma tranquila o virulenta, siempre serpenteante, con una plasticidad
y elegancia que nos embelesa su continuo movimiento. Tienen luz propia,
nos reconfortan, nos relajan, nos hipnotizan, y hacen aflorar en nuestro
interior las diferentes pasiones. Estas características nos hace
relacionar las llamas con la experiencia mística, espiritual. En
las diferentes religiones se utiliza la llama como elemento de participación,
simbolizando almas que han traspasado la barrera de lo terrenal.
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